Hay algo en común entre los catalanes y la clase media dominicana.

La semana pasada se celebraron elecciones regionales en Cataluña en las que el tema principal era su independencia de España. Al conocerse los resultados electorales el gobierno nacional español y el resto de España respiraron con alivio, dado que no les conviene la separación y el partido que gobierna la región, y que convocó las elecciones anticipadamente, perdió terreno.

El peligro no ha pasado aún, sin embargo, porque otra fuerza, separatista también y más de izquierda, capturó los votos que las presentes autoridades regionales perdieron, lo que deja en pie la posible convocatoria de un referéndum sobre la independencia.

Cataluña se diferencia del resto del país de muchas formas, incluyendo lenguaje y tradiciones, pero lo que motorizó el movimiento pro independencia fueron los impuestos.

Muchos catalanes aducen, y demuestran con cifras, que una buena parte del monto que pagan en impuestos nacionales no retorna a ellos en forma de servicios públicos. Entienden, por lo tanto, que están subsidiando a otras regiones del país. Que ellos, trabajadores incansables y disciplinados, son obligados a sacrificarse en las duras circunstancias presentes para que otros, más amantes del descanso, puedan disfrutar de cosas que no han ganado por sí mismos.

Ven su situación como comparable, en otro nivel, a la de los industriosos alemanes y holandeses frente a los displicentes griegos y otros ciudadanos del sur del continente. Por eso consideran que les iría mejor por su cuenta, como un nuevo país dentro de la Unión Europea.

La clase media de la RD tiene también justos motivos de queja por los impuestos que le afectan. Es la que termina cargando con el mayor peso sin recibir servicios equivalentes a lo que paga. Pero, a diferencia de los catalanes, no tiene la opción de declararse independiente del resto del país.

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