Si se piensa que su meta era limpiar el país, podría decirse que fue una tarea imposible. Pero la jornada de limpieza que un nutrido grupo de voluntarios, auspiciado por varias empresas y organizaciones, llevó a cabo en ríos y playas en ocasión del Día Internacional de Limpieza de Costas, tuvo otros objetivos.

Todos los años, en el tercer sábado de septiembre, decenas de miles de personas en 145 países recogen miles de toneladas de basura de las riberas de arroyos, mares, pantanos, ríos y lagos, en un evento promovido por la Fundación de Conservación de los Océanos. Establecida en 1972, esta organización sin fines de lucro afirma que en los últimos 25 años esos operativos de limpieza han removido 144,606,491 libras de desechos.

La fundación lleva una cuenta tan precisa de la labor realizada porque solicita a los voluntarios tabular, clasificar y anotar los desechos recogidos, datos que sirven para poder identificar las principales causas y focos de contaminación, y permiten la elaboración de mapas e informes estadísticos sobre la naturaleza, extensión y evolución del problema.

Pero aparte de ese importante objetivo analítico, la jornada de limpieza es una actividad cuyo propósito es llamar la atención sobre los perjuicios ambientales que la basura provoca. Evidentemente, una jornada de un día al año no puede compensar los daños que son provocados en los otros 364 días, pero es un loable intento de crear conciencia sobre este grave problema.

Como señala la propia fundación, la mejor manera de limpiar es no ensuciar, pero la dificultad radica en que los que ensucian no son los mismos que limpian. Lo más efectivo y correcto fuera que los culpables pagaran por los daños que causan, sea directamente o por vía de gravámenes a sus actividades, pero sabemos que en nuestro medio, donde hay falta de sentido comunitario y la impunidad prevalece, lograr que eso suceda es muy difícil.

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