En los días previos al 27 de febrero, seis temas ocupaban los primeros lugares en las conjeturas sobre lo que el Presidente trataría en su discurso. Esos seis temas eran la educación, la energía eléctrica, la seguridad ciudadana, el costo de la vida, la Barrick y el desempleo.

Ya sabemos que con la Barrick, el Presidente superó todas las expectativas. También trató la educación, combinándola con la salud pública y la protección de la niñez.

Cubrió con cierta intensidad el problema de la electricidad, prometiendo solucionarlo para el 2016, por medio de un plan basado en expandir y modificar la capacidad instalada, reducir las pérdidas y mejorar la gestión administrativa.

El plan elevará la participación del Estado en la generación, lo que va en dirección opuesta al esquema de privatización anterior, y parece involucrar la expectativa de que la introducción de plantas estatales con menores costos hará que los generadores privados inviertan en la transformación de las suyas, lo que no está de forma alguna garantizado. No hizo referencia a la tarifa, ni a la actual ni a la que podría ser un objetivo a alcanzar.

Su tratamiento del desempleo fue más bien indirecto, a través del efecto de los programas de crédito agrícola y fomento de las pequeñas empresas. No fue, definitivamente, el centro del discurso.

Su referencia a la seguridad ciudadana fue muy breve. En realidad, pospuso el tema, pues aunque lo citó como motivo de preocupación lo refirió a un plan que será conocido en unas dos semanas.

Más notable fue que no se refiriera al costo de la vida, salvo decir que se espera que la inflación no pase del 5%.

Es posible que decidiera no tratar el asunto en detalle por la dificultad de hacer promesas al respecto. Sabe que el precio de los combustibles está sujeto a contingencias externas, y que otros precios también dependerán del comportamiento del dólar y los costos de producción.

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