La nueva ciudad en la ciudad

julio 27, 2012 12:07 am . .

Que son la nueva plaza pública, pero que son privados. Que cubren una necesidad de recreación, pero que segregan. El mall cambia la manera en que nos relacionamos, dicen los especialistas. El mall nos entrega seguridad, dicen los encargados. Pero todos coinciden: el mall transforma a la urbe y a sus habitantes, nos demos cuenta de ello o no…

¿A qué va usted al mall? ¿A pasear? ¿A divertirse? ¿A comer algo? ¿A buscar un producto que necesita imperiosamente? Si contestó que sí a la mayoría de todas estas preguntas, corresponde usted al perfil del nuevo ciudadano de estos centros comerciales.

«Los mall son lo que eran las plazas en el pasado. Son los sitios donde la gente va ver y dejarse ver. La gente viene a entretenerse», reflexiona Michele De Prisco, gerente general de Blue Mall. «Son los lugares de esparcimiento que alguna vez fueron los clubes sociales en este país», dice Rossy Santana, directora ejecutiva de Galería 360, el nuevo espacio que se levanta en la Kennedy. Este análisis no es nuevo: el mall como sustituto del espacio común es uno de los puntos sobre los que vuelven sociólogos, antropólogos, historiadores y pensadores en general.

La gran diferencia con las plazas antiguas, es el tema del consumo: «Ahí el visitante aprovecha para comprar y resuelve cualquier servicio que necesite», dice Valentina Moncaba, encargada de mercadeo de Megacentro.

Estos centros son, en lenguaje publicitario, un combo: por una visita al mall, el cliente se lleva entretención, comercio y… seguridad. «El consumidor dominicano está buscando seguridad y entretenimiento para toda la familia, por lo que los centros comerciales se convierten en el punto de encuentro y pasa a la rutina diaria» cuenta Silvia Rosales, directora comercial de Ágora Mall.

A primera vista, el tema es sencillo. Una segunda mirada, sin embargo, devela que hay algo más: el mall nos cambia. A la ciudad, a sus habitantes, a sus formas de relacionarse y hacer comercio. Aquí nos detenemos a analizarlo.

Una ciudad segura y entretenida

«Los centros comerciales se están transformando en las áreas seguras, sociales, de nuestro país. En Santo Domingo usted no ve a un papá o mamá caminando con su hijo por la calle. No se sienten seguros. El centro comercial es el sitio donde van a ir, a un área controlada, muy segura, donde el niño puede jugar, los papás pueden hacer sus cosas, ir al gimnasio, ir al cine, hacer sus compras», apunta Fernando García Crespo, de Galería 360.

«La función inmediata de los mall es transformar las ciudades, porque son los grandes sitios seguros donde la gente puede asistir».

Porfirio Rodríguez, administrador general de Plaza Central, concuerda: «Las plazas comerciales, al ser cerradas, implican una confianza y motivan más a la gente que prefiere no caminar por la calle por la inseguridad y el tráfico. Además, incluyen una combinación de todos los usos y las personas pueden hacer todo en un solo lugar».

Tahíra Vargas, antropóloga, destaca el espacio de entretención infantil que han aportado los mall para la familia. «Han cubierto, y eso hay que destacarlo, un vacío que hay de recreación para las familias, sobre todo las familias de clase media alta».

La falta de espacios recreativos en la ciudad está siendo suplida por estos grandes centros: «El mall ha servido para que el niño juegue en un espacio fuera de la casa, porque ya no juega en la calle: la clase media tiene miedo de permitir que sus hijos jueguen en la calle, por todos los temas de inseguridad».

El mall como la isla que nos salva de la jungla, que nos protege de las amenazas de la vida real.

El nuevo orden social: relaciones anónimas, estratos y aspiraciones

¿Qué pasaba antes en los parques o plazas? La gente conversaba. ¿Qué pasa hoy en los mall? Según Tahíra Vargas, lo mismo, o casi: «en un parque hay más flujo de personas, pero el mall te ofrece la posibilidad de que los adultos que cuidan a los niños también conversen entre ellos».

Jose Guerrero, historiador y director del Instituto Dominicano de Estudios Antropológicos, tiene otra visión: «[el mall es] un lugar donde la gente no interactúa. Pasa, choca, intercambia miradas pero no hay una relación directa con un mínimo de permanencia. Pienso que tiene que ver con el carácter de la sociedad, pero también con el carácter de ese tipo de establecimiento. Como tiene tanta diversidad -se puede hacer de todo- entonces necesariamente no puede ser un lugar para relacionarse. Cada cual va a sus cosas específicas».

Y utiliza un concepto del sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman para describir la esencia del mall: un no-lugar. Un espacio que existe en sí mismo, pero que induce a la homogeneidad de sus visitantes. Donde hay flujo -eso llamado tránsito-, pero no permanencia ni identidad. Es como una gran ciudad, dice Guerrero, carente de relaciones. A diferencia del barrio «donde naces, vives, interactúas con tus vecinos, con el de al lado», una gran ciudad es un no-lugar «en el sentido de que las relaciones son anónimas, en su mayoría». Igual que el mall, sostiene.

La ironía viene dada porque, aun en la escasez o nulidad de las relaciones, el mall exacerbaría la estratificación social. «La existencia de los mall aumenta las diferencias sociales porque hay grupos que no tienen acceso a ellos, y entonces no tienen espacio para visitar lugares de recreación con sus hijos e hijas los fines de semana. Y esos son los grupos más pobres», sostiene Vargas. «He visto cómo se ha expulsado a niños limpiabotas de estos centros porque se considera que son una amenaza. Me preocupa el tema de la discriminación social, hasta qué punto se pongan tantas medidas de seguridad que los mall se convierten en lugares cerrados, elitistas».

«Creo que el mall es interesante, porque refuerza la división social, pero al mismo tiempo crea otros niveles de aspiración, de deseo social. A quienes más les gustaría ir a un mall no son los ricos, sino los pobres, para ir a consumir» concuerda Guerrero.

«Mall no es un centro comercial simple; tiene una amplitud mayor. No es lo mismo plaza comercial, que es para comprar y vender. Mall ya es algo más: realización personal, estatus, prestigio, ver todas esas vidrieras que me reflejan ante tantos objetos caros -porque no son baratos-. Entonces mi figura, mi cara cambia, mi persona. Por lo menos, por magia, por roce. Por ahí es que va la cosa», asegura Guerrero. Es un tema de aspiración, concluye.

Los nuevos patrones de consumo

¿Y qué pasa con el comercio? ¿Qué compramos, cómo compramos, a quién le compramos? «El dominicano tiene una tendencia a consumir y comprar todas las marcas y productos que están de moda o lanzándose al mercado de manera inmediata, por lo que el consumo es mayor que otros mercados en la región de Centro América y el Caribe», dice Silvia Rosales, directora comercial de Ágora Mall.

«Los niveles de clase alta gastan más en los mall que en las calles, gastan más en prendas y cosméticos de lujo», detalla Porfirio Rodríguez, administrador general de Plaza Central.

«El hecho de que se concentren todas las actividades en un mismo lugar, incrementa el consumo de las personas», reflexiona Tahíra Vargas. «Además, creo que también hay que ver el efecto socioeconómico que genera en los pequeños comercios. El mall afecta a las microeconomías, van desapareciendo. Y ese beneficio llega a los dueños de los mall, que son unos grupos más reducidos. Se da una concentración mayor de riqueza».

Otra visión tienen Fernando García Crespo, presidente de Galería 360, y Michele De Prisco, gerente general de Blue Mall. Para García, «El retail se va profesionalizando y estructurando mejor», debido a las exigencias de la administración de los mismos centros. Para De Prisco, supone además un beneficio para el pequeño comercio: «Lo que termina pasando es lo que pasó en Venezuela: las tiendas a orilla de calle se mudan a los centros comerciales, porque están mas seguras, y tienen la variedad de oferta que ayuda a atraer público. Los locales terminan migrando por un tema natural».

POR MARIANA RAMÍREZ MAC-LEAN Y MANAURI JORGE

Publicado en diariolibre.com

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